sábado, 13 de octubre de 2012

Ellyn and Isaac.

Acarició con la yema de los dedos el suave tapizado rojo, deleitándose con su recién adquirida naturaleza, notando cómo sus sentidos se habían sensibilizado aún más. A pesar de la inmensa oscuridad en la que estaba sumida, podía apreciar claramente cada bordado, cada símbolo tallado en el terciopelo.
Tomó una bocanada de aire, intentando asimilar un poco de valor, aunque realmente ya no le hiciese falta respirar. En realidad, ya no necesitaba realizar ninguna función vital por una razón: estaba muerta.
Esperó pacientemente unos minutos más, hasta que estuvo completamente segura de que el sol se había perdido en el horizonte. Ninguna luz podía colarse en su encierro, pero era incapaz de no saber a qué hora salía o se ponía el astro que podía hacerla arder. Porque, como nueva vampira, se le habían otorgado nuevos dones, pero también demasiadas maldiciones.

La Condesa Lucanor apoyó las manos sobre la tapa a centímetros de su rostro y empujó sin dificultad, abriendo el ataúd que había sido, hasta ese momento y durante todo el día, su lugar de descanso. Se incorporó con cuidado y contempló la estancia en la que se encontraba, iluminada por las antorchas que bordeaban su féretro y el de su acompañante. Las paredes de pizarra negra brillaban con un resplandor tétrico que les adquiría la luz del fuego y las bases de mármol donde se elevaban creaban sombras en el suelo la mar de siniestras.
Observó con atención cómo el otro ataúd se abría lentamente y en él se desperezaba un joven con el cabello medianamente largo y oscuro como la noche que los cubría. Su piel pálida lo hacía parecer de porcelana y sus preciosos ojos azules comenzaban a adquirir un brillante color rojo mientras la observaban.
La Condesa se estremeció ante su atenta mirada. Si hubiera sido capaz de ruborizarse, seguramente sus mejillas se habrían teñido de rojo en aquel momento, después de haber sido la diana de la sonrisa perfecta que él le dirigió.

El Conde Lucanor examinó con una dulce sonrisa la delicada belleza que tenía ante sus ojos. Su amada lucía tan hermosa que no podía dejar de admirarla. Su largo y lacio cabello azabache, adornado con una hermosa diadema con aspecto de gargantilla. Su delicado cuello bordeado por el collar de rubí. Sus finos labios coloreados en morado. Y sus ojos. Oh, sus hermosos ojos del color de la más exquisita miel, que ahora lo miraban temerosos, teñidos de rojo.

_Necesitáis alimentaros, Ellyn.-dijo casi en un murmullo, haciendo que su voz sonase melodiosa y armónica.

Salió del ataúd con agilidad pasmosa, acompañado de la elegancia que le proferían sus dotes vampíricas. Se acercó con pasos suaves hasta la Condesa y le tendió su mano, esperando que ésta no le rechazase.

Ellyn atendía cada uno de los movimientos del joven, maravillada por su delicadeza y elegancia, a la par que rapidez. Lo vio acercarse a ella y sus ojos se posaron en la mano que él le tendía. Necesitáis alimentaros, había dicho. Ella no quería hacerlo pero, ¿qué otra opción le quedaba?
Posó su mano sobre la suya, ambas pálidas como el mármol que sostenía su ataúd de madera negra. Dejó que el Conde la alzase con delicadeza y salió del féretro casi flotando, posando sus pies sobre el frío suelo de piedra gris. Al hacerlo, los bordes bajos de su vestido negro acariciaron la superficie y Ellyn bajó la vista para contemplar la prenda que la cubría; un entallado vestido de época, con mangas largas y sueltas, con ribetes rojos y escote redondeado.
Antes de que el Conde la condujese hacia el abrigo de la fría noche, le sostuvo la mano con fuerza y lo retuvo a su lado.

_ ¿Ocurre algo, Ellyn?- el joven vampiro la miró extrañado.

_ ¿Podéis quedaros un segundo a mi lado antes de partir de caza, Isaac?- dijo en un susurro, insegura de sus palabras.

_ Por supuesto. Pero, ¿puedo preguntaros el por qué? Vuestro recién convertido cuerpo y espíritu necesitan sangre de urgencia.- el Conde parecía preocupado.

_Lo sé. Vos ya me habéis explicado todo lo que confiere a mi nueva condición. Pero...-se mordió ligeramente el labio inferior y agachó la mirada.-... necesitaría de un momento junto a vos.

El Conde Lucanor sonrió con dulzura y se acercó a su amada, acariciando su mejilla con la yema de sus dedos. Dibujó el contorno de su rostro hasta detenerse en la barbilla y obligarla a alzar la cabeza para que lo mirase.

_Como deseéis, mi amor.

Esas últimas palabras habían hecho estremecerse a Ellyn. Sus ojos se encontraron con los de Isaac, rojos de hambre pero inundados de otro sentimiento aún más poderoso. Ella eligió quedarse junto a él, convertirse en lo que ahora era: una criatura inmortal, con sed de sangre, peligrosa y de grandioso poder... pero capaz de amar con la fuerza de mil mares. Se dijo a sí misma que no se había equivocado al tomar aquella decisión.

_Sois todo un mundo para mí, Ellyn. Pasaría el resto de mi vida a vuestro lado antes que con nadie más. Y aún teniendo nuestros altibajos, sabremos tratarnos bien el uno al otro y pasar el resto de nuestros días inmortales juntos.

_No desearía estar en otro lugar que no fuera junto a vos.

Isaac volvió a sonreír, antes de apoyar su frente contra la de ella, dejando sus labios a escasos centímetros; una tentación demasiado fuerte. Colocó las manos a los lados de su cintura y describió con sus labios un camino hasta su cuello, donde acarició levemente su piel con sus afilados colmillos. Regresó de nuevo a sus labios, dejando que sus alientos y respiraciones se mezclasen en el diminuto espacio de apenas un centímetro, antes de atrapar su boca con la suya. 
Se fundieron en un delicado beso que se tornó más apasionado por momentos, mientras sus cuerpos se unían hasta conformar un único espíritu. 
Se detuvieron y, aún con sus labios rozándose, sonrieron.

_ ¿Bailaréis conmigo?

_Para toda la eternidad.

Y así permanecieron durante varios minutos, abrazados y dejando que una música invisible los guiase en su tierno vals a la luz de las antorchas.


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